sábado, 1 de agosto de 2009

Natalia Cruz en El Pañuelito




















Crónica sucinta y regia del Recital de Natalia Cruz en El Pañuelito, el 19 de julio del 2009.

20:00 Hrs.- Viene entrando la canícula con su sombrero de palma y su bule de agua para el calor. Pero no hay como la voz refrescante de una mujer bella que canta así. Por eso, a la tercera llamada, ya no hay espacio en las plateas improvisadas que los concurrentes definen, para escuchar a Natalia Cruz.
20:10 Aparece Natalia, impecable, con su atavío de istmeña y la dotación que la habrá de acompañar, en esta noche de ensueño, en El Pañuelito.
20:15 Empiezan a oírse las canciones que Natalia ha seleccionado para este recital. Abre con La Llorona, esa égloga mística que los oaxaqueños cantamos desde que estamos en el vientre de nuestra madre, esperando el momento de conocer la luz, cantada en zapoteco por Natalia, la canción cobra un aire legendario. En este despliegue introductorio, el turno es para La Juanita, canción de la fidelidad y el compromiso, que nos trae de inmediato el recuerdo de Saúl Martínez, el malogrado bohemio istmeño, quien la cantó como ninguno, la interpretación de Natalia, sin embargo no desmerece frente al reto, por el contrario es una cabalgata vocal de refresco, una caricia diáfana. Luego dos de Chú Rasgado, la canción de cuna Linda Tehuanita y otra cuasi inédita, No te burles, para propiciar el arribo de esa canción-mujer, de ese son-hembra, conocido como La Sandunga, himno irrenunciable de todos los istmos del sentimiento. El recital in crescendo, suspiros del violín, pulsos de dos guitarras que conocen manos de artista; de repente, quién no la canta, quién no sufre y llora con ella, quién no promete y despromete con Naila, di porqué me abandonas, tonta, si bien sabes que te quiero, vuelve a mi, te perdono porque sin tu amor, se me parte el corazón; nomás, para que entendamos la lección del verdadero amor, nosotros amantes mediocres, nosotros fulanos porfiados que pretendemos conocer el amor; Naila, nuestro más socorrido poema lírico, el más alto y perdurable, en la voz de Naila, perdón, de Natalia. No han dejado de arder, todavía las cenizas de Naila, cuando al Gran Señor de la Trova Zapoteca, Eustaquio Jiménez Girón, se le ocurre escribir: “Llegó a arrodillarse para pedirme perdón, lo que conmigo no consiguió” para establecer un debate en el alma, que Natalia suaviza con una voz que persuade a los bohemios recurrentes, la pesadumbre de no perdonar o el alivio de hacerlo. Y ya estamos en el clímax de esta comunión musical, cuando nuestra dilecta cantora entona todo un sur de pesares con la Petrona de Nesaguete, quién resiste estos dulces cuestionamientos, hay lágrimas en los ojos de la tarde. La crónica no se apresura en esta última parte, cuando el cuarteto anima una interesante versión de La Bruja en zapoteco, afortunadamente sin rumbas innecesarias que en otras versiones e interpretaciones, de La Bruja, hemos oído. Se empieza a fraguar la conclusión del concierto, con la canción de los besos prolijos, la que Consuelito Velázquez puso hasta en boca de Los Beatles y que Cesaria Évora bruñó con oro, en palabras zapotecas cobra el vigor de lo inusitado. Ya en el inevitable final, Natalia rinde un homenaje al poeta ixtepecano Luis Martínez Hinojosa, cantando Guigu Bicu y El tren del atardecer, dos frescos del paisaje istmeño impregnados de serena nostalgia. El final final, lo cubre espléndidamente Guendanabani “La vida” que, como bien lo dijo Natalia, no es una canción de renuncia, sino una exaltación a lo hermoso que es vivir, sin olvidar que sin muerte no hay vida, es la conciencia de que la vida es un momento, y el placer de vivirla una eternidad, con dedicatoria a Ta´Mario Chenu, hacedor de tiempos, silencios y notas, en el Trío Xavizende. Creditos: Tlálok Guerrero Co-dirección y guitarra armónica; Héctor Díaz, Dirección y Guitarra melódica; Keyla Ayona, Violín; Natalia Cruz, voz y encanto.
21:30 Consumatum est.